martes, 5 de agosto de 2014

La vuelta a la realidad

Como siempre volver de las vacaciones es un shock. Esta vez me ha pegado duro el retorno a la cotidianeidad, quizás porque cada año que pasa me vuelvo más intolerante a lo que no me suma. No me suma el ruido constante del tráfico, no me suman las llamadas de encuestas a toda hora, no me suma la escolarización, ni me suman los 42 m2 en los que transcurro, no me suma el piso roto de la cocina que me recuerda que a veces nos gana la insensatez de dar más importancia a lo material que a lo que de verdad nos suma...
Y la gente, cómo puedo decirlo para que no suene mal...me molesta la gente. No me molestan las personas a las que quiero y aquellas que me aportan algo positivo, pero la "gente", así en general, me da alergia. La gente que no es clara, que no te dice lo que quiere o lo que siente, quizás porque ni ellos mismos lo saben, pero que tampoco hacen nada por descubrirlo. La gente amarga que no se sabe relajar, que ve todo como un sacrificio, que te quiere transmitir que cada pequeña gota de felicidad sólo vale si te costó sangre sudor y lágrimas. Los que no disfrutan ni dejan disfrutar. La gente metida. La gente que no entiende nada ni le interesa entenderlo. Pero más que nada me molesta como yo misma dejo que me afecte. ¿Existirá la fórmula mágica para que nos resbale todo? ¿Una especie de capa impermeabilizante contra boludeces? De a poco voy aprendiendo a repeler ciertas cosas pero cuesta horrores, sobre todo cuando algunas de esas cosas no solo nos afectan a nosotros sino a los que más queremos.
Hace unos días comenté que sería difícil volver a la rutina y una amiga me dijo "todas sobrevivimos a eso". Me quedé pensando que en la misma frase está el gran problema, el problema es que sobrevivimos, y sobrevivir no es vivir.